Yasuzo Masumura es, con toda seguridad, una de las figuras más destacadas en el panorama de la nuberu bagu japonesa. Su trabajo vendría a situarse en un lugar a medio camino entre el realismo nihilista de Nagisa Oshima y el denso cine experimental de Yoshishige Yoshida; en cierto sentido, esta suerte de equilibrio hace de Masumura un cineasta complejo, con un estilo sórdido y oscuro, pero alejado de la temática quizá demasiado abstrusa de algunos de sus contemporáneos.
A
pesar de todo, Aozora musume (1957), traducida en español como La muchacha bajo el cielo azul, constituye una obra aparte, muy distinta de aquellas que componen el
núcleo artístico de la filmografía de Masumura —es de comprender
que, tratándose de su segunda película como director, no hallemos
aún indicios de los caminos que subsecuentemente seguiría el cine
del nipón—, de forma que, en lugar de los arriesgados
planteamientos estéticos y narrativos que presentan obras como Akai tenshi (1966) o Môjû (1969), observamos aquí una
propuesta clara, sencilla y convencional, todavía ligada a aquella
tradición cinematográfica japonesa que él mismo contribuiría a
derribar poco tiempo después.
Por
tanto, no parece descabellado considerar esta película como una
especie de revisión de Ozu, en un intento de transportar los motivos
habituales del gendaigeki
a la juventud de la época y traer un poco de aire fresco al ya
acartonado cine japonés. A la vista está que solo la voluntad
subversiva de los nuevos cineastas de estudios como la Nikkatsu fue
capaz de alcanzar dicha renovación, pero para la posteridad quedan
trabajos como este Aozora musume,
un proyecto peculiar y un tanto fuera de tono que permanece como la
huella histórica del primer Masumura.
El
punto de partida es transparente, y no cabe buscar ni una gran
complejidad discursiva ni reflexiones de profundo calado en el
desarrollo de una trama como esta, bastante lineal y evidente. De
igual modo, poco separa a estos personajes de ser meros arquetipos
nuevamente reiterados en esta lejana reminiscencia del cuento de la
Cenicienta. No deja de resultar interesante, sin embargo, la
posibilidad de que subyazca un atisbo de crítica social en esta
obra, a sabiendas de la crudeza de otras películas de Masumura al
respecto —siendo, quizá, Kyojin to gangu (1958) el
ejemplo más representativo. Basta con observar la oposición entre el
tono alegre y despreocupado del inicio de la obra, cuando Yuko vive
aún feliz en el campo, y el insoportable trato que recibe en la gran
ciudad, conviviendo con esa acaudalada familia “modelo” de la
época del boom económico.
En
cualquier caso, parece que Masumura no pretende realizar aquí ningún
análisis de las condiciones sociales, culturales o económicas de
ese Japón forzosamente occidentalizado tras su derrota en la Segunda
Guerra Mundial, y haríamos mejor en no tomar estos pequeños
detalles más que como un posible anticipo de algunos elementos
centrales en las posteriores películas de Masumura. El nivel por el
que discurre la narración no alberga, como ya dijimos, pretensiones
de intelectualidad o grandilocuencia, sino el despliegue de una
temática simple que permita poner en juego mecanismos clásicos en
una película disfrutable pero sin elevadas ambiciones artísticas.
Sería
entonces justo, a todas luces, concederle a La muchacha bajo el
cielo azul el mérito de cumplir dicho objetivo, pues, de acuerdo
con sus propios términos, la realización de la película es
impecable. Recurriendo a los convencionalismos del análisis
cinematográfico más burdo, y haciendo uso de aquella extensa serie
de palabras ambiguas —y, en no pocas ocasiones, vacías— que
designan los diferentes aspectos de la puesta en escena, se puede
afirmar que esta obra hace gala de una fotografía luminosa, colorida
y muy cuidada, en la línea del último Ozu; que Ayako Wakao realiza,
como es habitual, una interpretación sólida y carismática; que el
ritmo de la película es ágil, intenso, y el metraje está
perfectamente medido; que la historia es sencilla, hermosa, e incluso
posee un punto de emotividad...
También
pudiera parecer, por el contrario, que un trabajo tan plegado a la
forma canónica de realizar películas en cuanto tal, y no como arte,
carezca de sustancia, de una profundidad discursiva capaz de generar
reflexiones de mayor calado, de imágenes que perduren en el fondo
del espectador y regresen constantemente a su memoria como rastro de
una poderosa obra de arte. No es este el caso, sin embargo; La
muchacha bajo el cielo azul debe ser vista a la escala que le
corresponde, como una película humilde y sencilla, pero al mismo
tiempo trabajada y muy consciente de sus posibilidades. Masumura cumple
con su labor en este sentido, y ofrece una obra digna por sí misma de
verse, si bien su principal interés radica precisamente en la
posición que ocupa como uno de los primeros pasos en la carrera de este cineasta
tan particular y fascinante.



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